Hacía varios meses que sabía que tenía que volar a A Coruña para asistir a ese congreso. Cuando mi jefa me planteó que la acompañase al evento no pude negarme; hacía poco que había cambiado de departamento y quería que viese que estaba comprometida con el trabajo y que tenía ganas de aprender.
Lo que no le comenté es que me da terror volar. No sé si por vergüenza o por el miedo a que sonase como una excusa para no ir al congreso, ya que no era viable hacer el trayecto Barcelona – A Coruña en otro medio de transporte que no fuese el avión. Para ella, porque para mí meterme en un tren durante doce horas sonaba mucho mejor que sufrir un vuelo de apenas hora y media.
Pienso en ir a la terminal y ya empiezo a sudar en frío. Mi cerebro es mi peor enemigo y los pensamientos intrusivos se agolpan en mi cabeza paralizándome por completo. Volar desde un aeropuerto como El Prat Josep Tarradellas, me impone, es todo un reto para mí gestionar mis emociones con ese frenesí de viajeros y el bullicio de la muchedumbre… no sé si estoy preparada para afrontarlo.
Beatriz, mi psicóloga, dice que sí, que lo estoy. Ella está más segura de que lo conseguiré que yo misma. Llevamos varios meses trabajando juntas —desde que accedí a asistir a ese dichoso congreso— y me ha ayudado mucho en el camino a superar mi aerofobia, como se denomina al miedo incontrolable a volar.
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