El 3 de septiembre de 2019 recibí un correo electrónico que me sorprendió mucho y que primero pensé que era una especie de virus por la firma tan larga con la que finalizaba el texto. El email empezaba así:
«Buenas tardes: Te escribo de la editorial Grijalbo (Penguin Random House Grupo Editorial) porque nos gustaría conversar contigo sobre un posible proyecto editorial.»
Justo estaba trabajando con el ordenador y tras una búsqueda rápida en Google para corroborar que aquel mensaje no era un virus ni spam, contesté enseguida. Tras mi respuesta hubo una llamada telefónica y al día siguiente una reunión presencial en el edificio PRH de Barcelona. «Madre mía, qué rapidez», pensaba yo.
«¿Alguna vez te has planteado escribir un libro?» me preguntó al otro lado del teléfono la que a día de hoy es mi editora. «Pues sí y no», pensaba yo. Siempre me ha encantado leer y es un hábito y una afición que tengo desde niña. Mis padres supieron muy bien inculcarme el placer por la lectura.
También me ha gustado siempre escribir, me sale como algo natural, simplemente fluyo, no tengo que esforzarme. Con lo que nunca he fluido es con los números, y menos si hablamos de números con letras. Las matemáticas siempre fue mi asignatura pendiente. Aprobaba, sí, pero con clases particulares y mucha dedicación. Al contrario que lengua castellana o gallego, que me encantaba y disfrutaba con el análisis sintáctico (sí, así soy yo… jajaja).
Volviendo al tema. Tras arrojarme la pregunta por teléfono fijamos la reunión al día siguiente. Después de reunirnos y establecer las líneas generales del proyecto, empezó el proceso de idear la trama del libro, porque obviamente acepté el proyecto con muchas ganas y mucha ilusión. Pero no iba a ser un «libro» cualquiera, me habían propuesto escribir el guión de una novela gráfica. ¿Novela gráfica? Sí, un cómic de toda la vida. Como aquellos que tengo a cientos en mi habitación de adolescente en Santiago y muchos otros en mi casa de adulta en Barcelona.
«¡Vaya, una novela gráfica!», nunca me lo había planteado, pero era el formato perfecto para plasmar todas las ocurrencias que compartía por Instagram ya en aquel entonces. Cuando mi editora se fijó en mí, mi cuenta de Instagram tenía unos 25.000 seguidores, ahora somos 67.000 en la tripu más hipóxica de las redes.
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