En mi casa mi padre celebra dos cumpleaños; uno es el 7 de julio, el día que nació, y otro en marzo para conmemorar el mes que empezó todo y celebrar la vida. Ese marzo de 2016 la palabra «cáncer» se coló en mi casa y cayó como una jarra de agua fría sobre todos nosotros, mi padre pasó a ser un «paciente oncológico» y ahora una cicatriz que le recorre la espalda le recuerda que es un «superviviente». Como tantos otros y como muchas familias a las que esta enfermedad les perseguirá siempre, no se puede bajar la guardia, ya lo sabéis.
Ese marzo de 2016 nuestra manera de vivir, ver y entender la vida cambió. Porque si no hay salud, no hay vida, sin vida no hay ilusión, ni alegría. No encuentras las fuerzas ni las ganas de hacer nada que no sea lamentarte, no hay viajes, no hay celebraciones, no hay «fechas señaladas», no hay nada. Sin salud lo demás pasa a un segundo plano. La muerte es irreversible.
No solamente sufre esta enfermedad mi padre, también se llevó a mi abuela Elena. Tan vital, tan activa, tan enérgica… vimos como su luz se iba apagando hasta el final, poco a poco, haciendo mella en su todo su ser. ¡Cuánto dolor tuvo que soportar y qué fuerte fue hasta el final! Luchadora como todas las mujeres Cousiño. Pero qué duro fue ver como se encogía hasta el último aliento, tengo el consuelo de que estuvimos todos ahí hasta el final, a su lado, cuidándola y acompañándola. Pudimos decirle adiós y se fue tranquila.
Y no solo se la llevó a ella en noviembre de 2013, también a amigos de la familia muy cercanos y queridos, a familiares de familiares y a familiares de mis amigos… el cáncer es incontrolable y devastador, como otras muchas enfermedades que se expanden como la pólvora y provocan tantos destrozos a su paso.
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