De la ventanilla del avión a la ventana de mi casa

Los problemas son menos problemas a vista de pájaro, o eso siento yo cuando veo atardecer a través de la ventanilla del avión.

Con esta situación me ha tocado cambiar la vista infinita de Barcelona en cada aproximación a ver el Montjuic imponente y estático desde el balcón del tercero de mi casa.

Dejar de ver la ciudad desde las alturas para observarla desde mi ventana me ha hecho valorar lo importante que es vivir donde y con quien te hace feliz.

La luz que entra cada día por los ventanales de mi casa y la persona con la que puedo compartir los atardeceres, son la energía que necesito para sobrellevar el encierro que se nos ha impuesto desde que empezó esta pesadilla.

Ojalá dentro de no mucho podamos recordar esto como «un mal sueño» y volver a Barcelona desde 30,000 pies de altura. 

Si te ha gustado puedes dejarme un comentario, ¡gracias por tu opinión! 🤗

La pasajera del 7F

Como otros muchos posts, este estaba en la recámara de los borradores desde el hace meses; y hoy me he propuesto rescatarlo.

Lunes 17 de abril de 2017. IBZ – BCN

Querida pasajera del 7F:

Sólo quería decirle que la admiro. Quizás nunca más volvamos a encontrarnos, pero yo me acordaré de usted y de la entereza con la que afrontó su mayor miedo; el miedo a volar. Quizás no lo sabe, pero es muy valiente; primero por decidirse a subirse a un avión tras cinco años sin pisar uno, y después por entrar confesando que tiene pánico a volar. No todo el mundo es capaz de decírselo a la tripulación y una vez en el aire el miedo les paraliza por completo agravando la situación para todos los pasajeros a bordo. 

Cuántas veces habremos visto los tcps a pasajeros santiguarse en el asiento antes de despegar, o agarrarse a él como si les fuese la vida en ello previo aterrizaje… están también los que van estirados como varas sin perder detalle de nada de lo que hacemos, y los que se alarman si escuchan alguna de nuestras conversaciones descontextualizadas y piensan que algo durante el vuelo va mal. 

Pasajera del 7F, también quería darle las gracias. Agradecerle su gesto hacia nosotros, porque hace que nuestra profesión cobre sentido. En un espacio tan reducido como es un avión, cuando pasa algo todos los ojos apuntan de manera inquisidora a la tripulación y es nuestra función hacer del vuelo un trayecto agradable y seguro para los que vamos a bordo.

Para nosotros mereció la pena el madrugón del día al conseguir que usted, que embarcaba deshecha en lágrimas y al borde del colapso, acabase sonriendo sentada en nuestro jumpseat (asiento) e incluso fuese capaz de darnos conversación de manera distendida.

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La profesión del TCP

Cuando piensas en trabajar como tripulante de cabina de pasajeros, TCP para abreviar y a partir de ahora, a menudo tus ensoñaciones te llevan a imaginarte de compras por NYC, tomando el sol en Varadero o comiendo una pizza en el centro de Roma.

Sí a todo.

Sí, podrás viajar a lugares icónicos, comprar en las calles más emblemáticas del mundo, tomar el sol en un país del trópico cuando en el tuyo propio se pelan de frío y comer las delicias locales allá donde vas.

El destino es una de las recompensas del trabajo como TCP; me explico. Es un sueño poder trabajar durante equis horas en un avión atendiendo a los pasajeros y velando por su seguridad para acabar llegando al mismo lugar que ellos y disfrutar del merecido descanso una vez allí.

Puede que el hotel no tenga las mejores vistas de la ciudad ¿pero eso qué importa cuando estás en NYC? Y además ¿a quién no le gusta desayunar en un maravilloso buffet o disfrutar de las comodidades de un hotel?

Volvemos para atrás, os he dicho «sí a todo» pero también os puedo decir «no a todo».

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La realidad de un TCP en modo avión

Esto lo escribí a los pocos meses de empezar a volar.

martes, 21 de junio de 2016

Hoy he dormido casi 14 horas del tirón y al despertarme no sabía dónde estaba ni qué día era (nada raro tampoco), una cura de sueño que necesitaba pero que no ha conseguido borrar las ojeras permanentes de mi cara. Lo primero que pensé es que llegaba tarde a trabajar y necesité unos segundos para centrarme. Acto seguido cogí el móvil para ver qué hora era, qué día y saber si el mundo había seguido girando mientras yo estaba en coma.

La falta de tiempo es la excusa que usaré para justificar mi ausencia por aquí, lo que es completamente cierto, pero la semana pasada cuando estuve en Bruselas la madre de la niña que cuidaba el verano pasado me preguntó por mi blog, si seguía escribiendo, y le dije que no, que lo tenía muy abandonado, pero que lo retomaría cuando tuviera ganas y algo de tiempo para explayarme, así que hoy que estoy de standby y/o imaginaria (de guardia, esperando a que me necesiten y me saquen a volar), y me apetece escribir, os pongo al día de mis últimas andanzas.

Los antecedentes… Hace ya algo más de un año que mi amiga Sara y yo volvíamos de Atenas poniendo punto y final a un viaje “italogriego” increíble y lleno de anécdotas que contar. Con el avión medio vacío a la vuelta y sin nada mejor que hacer empezamos a fijarnos en las azafatas; de arriba para abajo con el carro; “pues tiene que ser divertido trabajar volando”, “la verdad que con las ventajas que tendrán viajarán un montón”, “estaría bien para empezar con esta edad”. 

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