En octubre de 2018 hice un roadtrip con unos amigos por California, Nevada y Arizona. Los 4 recorrimos miles de millas a bordo de un Ford Mustang amarillo y descubrimos ciudades como San Francisco, Las Vegas o Los Ángeles. Fue un viaje muy divertido, lleno de anécdotas y buenos momentos que me hicieron disfrutar mucho de Estados Unidos, ya que a priori no era un país que, culturalmente hablando, me llamase demasiado la atención.

Fueron nueve días muy intensos que se quedarán para el recuerdo, sobre todo por la compañía y por cómo se fueron sucediendo los acontecimientos. Pero como en todos los viajes, hubo un pequeño “error de cálculo”, que es el desencadenante de lo que os voy a contar.
Quien organizó el viaje fue mi amigo de la infancia Martín; a él le encanta Estados Unidos y la cultura yanqui. Me “vendió” el viaje de tal manera que no pude decirle que no, simplemente tenía que pagar mi parte de los gastos y él se encargaba de organizarlo todo (vuelos, alojamientos, coche, papeleos…). Era el primer viaje de ese calibre que hacíamos los dos juntos, y aunque somos antagónicos a la hora de organizarlos, accedí encantada encandilada por el entusiasmo con el que me lo planteó.
Después se unieron dos amigos más y lo que iba a ser un viaje mano a mano con Martí acabó siendo una aventura de cuatro. “Cuatro gallegos en Estados Unidos” es un buen titular para un viaje inolvidable, y así fue. Martín hizo un planning súper ajustado para los días que íbamos a pasar al otro lado del charco, lo organizó con todo lujo de detalles, desde localizaciones para ver el atardecer, restaurantes imprescindibles hasta dónde alquilar bicicletas. Ese nivel de detalle.
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